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El ángel


Cartel de El ángel

Buenos Aires, 1971. Carlitos es un joven de rostro angelical, rizos dorados y cara de niño. Cuando llega a la adolescencia descubre su verdadera vocación: ser un ladrón. En la escuela conoce a Ramón, hijo de una familia de delincuentes y preparan juntos su próximo golpe. Ahí dará comienzo una vida llena de pasión, robos, mentiras y asesinatos que convertirán a "El Ángel" en el mayor asesino de la historia de Argentina.

     Título original: El ángel
     Año: 2018
     Duración: 126 min.
     Nacionalidad: Argentina, España
     Género: Intriga.
     Fecha de estreno: 31/10/2018
     Calificación: Mayores de 16 años
     Distribuidora: Betta Pictures

 

Comentario

Cuando estás creciendo todo es una imposición. Por eso el delito se naturaliza como una extensión del deseo de libertad. Una especie de derecho natural. A veces no tiene que ver con hacer el mal, sino con sentirse vivo. Y la manera más rápida de hacerlo es ponerse en la línea de fuego. Puede ser que un chico actúe motivado por algo que sólo para él es evidente: como la certeza de que Dios lo está observando de cerca, o de que el mundo es algo apócrifo y que lo correcto es violentarlo. Carlitos actúa como una estrella de cine. Como si creyera que lo están filmando. Quiere impresionar a Dios, llamar su atención. Percibe que todo es una puesta en escena, que ni siquiera la muerte es real.

Camina como él imagina que camina una leyenda, roba como un bailarín y desprecia la naturaleza por una sospecha prematura de que todo destino es una emboscada. Para hacer esta película me inspiré muy libremente en la historia de Carlos Eduardo Robledo Puch, llamado ángel negro, ladrón que entre 1971 y 1972 mató a once personas por la espalda o mientras dormían. Como si la muerte fuera una abstracción para él. Desde muy chico sentí una atracción por la delincuencia. Muchos personajes de películas foguearon esta fascinación y en gran parte me impactaban desde lo estético, pero de raíz correspondía a una demanda física de adrenalina. Eso me identificaba con ellos. Al encarar la historia de un niño asesino devenido en ladrón decidí seguir la tradición del cine donde el acto de delinquir es una declaración de principios, una extensión de la infancia, una celebración, y no una experiencia necesariamente violenta o realista. De entrada, quise presentar el robo como un acto bello, como una ofrenda al espectador.